En la medicina antigua, el hollín que resultaba de la fundición y purificación del cobre (óxido de cinc) era procesado para transformarlo en ungüento, al que le atribuían excepcionales virtudes curativas para determinadas enfermedades de la vista.
El ungüento era llamado -según la región de que se tratara y del elemento del que derivaba- tutía, atutia o atutía y parece que era muy citado por los publicistas de la época, debido a sus aparentes buenos resultados en los tratamientos de las enfermedades oculares.
Fue tal el prestigio de esta panacea que el lenguaje popular, basándose en ello, terminó por acuñar la frase -algo deformada, por cierto- no hay tu tía (como si en realidad, se tratase de la "tía" de alguien), para dar a entender que algo, por su dificultad o por su obstinación e intransigencia, es imposible de resolver.
El ungüento era llamado -según la región de que se tratara y del elemento del que derivaba- tutía, atutia o atutía y parece que era muy citado por los publicistas de la época, debido a sus aparentes buenos resultados en los tratamientos de las enfermedades oculares.
Fue tal el prestigio de esta panacea que el lenguaje popular, basándose en ello, terminó por acuñar la frase -algo deformada, por cierto- no hay tu tía (como si en realidad, se tratase de la "tía" de alguien), para dar a entender que algo, por su dificultad o por su obstinación e intransigencia, es imposible de resolver.
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